Discurso leído por el presidente de la Unión Estudiantil Judeo Argentina (UEJA), Diego Gladstein, el domingo pasado a la mañana en el acto homenaje a los desaparecidos judíos.
El pueblo judío tiene una lamentable particularidad que siempre nos ha diferenciado: la idea de la congregación trágica, de una reunión en torno a un recuerdo traumático que nos aúna en tanto comunidad. La Shoá como experiencia universal, el atentado a la embajada de Israel y la AMIA como caso particular de nuestra experiencia argentina.
Este caso no es la excepción: hoy nos reunimos para recordar una de las noches más oscuras del pueblo argentino y en ella, a los hermanos judíos que fueron secuestrados y luego asesinados durante la última dictadura militar.
Resulta paradigmático que su presencia -expresada espiritualmente en nuestros corazones y recuerdos-, se tenga que materializar en un monumento, un hecho físico, palpable, observable. El hecho artístico como símbolo de la ausencia.
Y es que ellos son “desaparecidos”, el nefasto legado de una represión ilegal que no sólo quitó vidas, sino que también quitó identidades, secuestró hijos, aplastó sueños y hasta robó la muerte, la paz eterna.
Lo que recordamos hoy no es otra cosa que a los desaparecidos del cementerio de La Tablada, la parcela muda, el Kádish de duelo nunca expresado. Es el relato de una familia quebrada por el totalitarismo, del padre que todavía aguarda una despedida, y en el peor de los casos, del abuelo que sueña cada día con el reencuentro con un nieto apartado de sus raíces y su identidad.
Conocemos por el relato de los sobrevivientes que su experiencia fue particularmente tortuosa, si es posible hacer esa diferenciación. El calvario máximo de un detenido se veía acrecentado cada vez que el captor daba cuenta del carácter judío de la victima. A quienes recordamos en esta jornada les tocó vivir en carne propia el antisemitismo latente de las fuerzas armadas golpistas, la saña exacerbada de un ser sin ataduras morales, del odio desenfrenado. La experiencia de la Shoá, en campos de detención ilegal sobre la avenida del Libertador.
Que su historia nos obligue una reflexión no solo de la persecución histórica que ha sufrido nuestro pueblo, sino también del componente emancipatorio y libertario que los llevó a estar en las antípodas del régimen, de los ideales que los inspiraron.
Ellos, la gran generación ausente de la comunidad judeo-argentina, fueron también la expresión de un ciudadano involucrado con el permanente bienestar del pueblo en su conjunto, una idea de libertad plural y sin distinciones religiosas, de clase u origen social.
Hoy sentimos un paradójico regocijo cuando se rescata su memoria, y pedimos que su historia nos recuerde la importancia de la lucha por los derechos humanos y el cumplimiento de las garantías constitucionales para todos los ciudadanos del mundo.
Que este monumento sea el símbolo de nuestra férrea oposición a todo régimen totalitario, a la represión estatal, a la violencia física en contra de cualquier minoría. Y que sea también una condena permanente al negacionismo de matanzas indiscriminadas, al encubrimiento y la indiferencia ante el sufrimiento humano, aquí y en cualquier lugar del planeta.
Resulta imprescindible nuestro compromiso no sólo con el juicio y el castigo a quienes perpetraron esta persecución sistemática –muchos de ellos siguen libres a pesar de la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final-, sino también nuestra participación activa en tanto comunidad de todo acto en el que se recuerde este episodio, nuestro apoyo incondicional al ejercicio de la memoria y la importancia del respaldo a los jóvenes por parte de las instituciones centrales. No nos olvidemos tampoco de aquellos nietos que todavía no fueron encontrados, de que somos nosotros quienes tenemos que continuar la búsqueda allí donde sus abuelos desfallecen. Hagamos nuestra la causa de su recuperación.
El último 24 de marzo nos hicimos presentes junto con el Grupo Otra Mirada en la Plaza de Mayo con una bandera que recordaba a los 30000 desaparecidos y dentro de ellos, los más de 2000 compañeros judíos que todavía hoy exigen justicia. Sería un honor que nosotros, los jóvenes de hoy, seamos quienes levanten las banderas detrás de las cuales se pueda encolumnar, en el recuerdo de los jóvenes de ayer, toda la comunidad a la que ellos supieron pertenecer.
Queremos concluír este breve discurso agradeciendo la invitación por parte de los organizadores y remarcando el enorme orgullo que significa para nosotros poder expresarnos en este acto. No sólo por la relevancia de la inauguración artística, sino por la reivindicación de la memoria y calidad humana de los compañeros a los que hemos venido a recordar.
Su recuerdo nos inspira a seguir luchando, ahora, y siempre.
Muchas Gracias
Fuente: La Voz Joven
viernes, 7 de diciembre de 2007
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