lunes, 30 de julio de 2007

Medio Oriente hoy

Por Claudio Uriarte

(Este texto fue enviado por Claudio Uriarte a las autoridades de la UEJA el lunes 25 de junio para ser leído en el Panel "Otra mirada sobre Medio Oriente", a los dos días, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, por el coordinador de dicho Panel. El público respondió con un prolongado aplauso al extraordinario texto que copiamos a continuación en homenaje a este brillante periodista que quedará por siempre en nuestra memoria. Nuestro más sentido pésame para su familia y amigos.)

Cualquier abordaje serio de los problemas en Medio Oriente hoy debe empezar por tomar nota del nacimiento de un nuevo Estado fundamentalista islámico en la Franja de Gaza: lo que podríamos llamar Hamastán. En efecto, Hamas, organización palestina, inegrista y sunnita, ha logrado establecer en un pequeño territorio entre Israel y Egipto el enclave árabe proiraní más lejano de Irán. Porque Irán -un país persa- se encuentra detrás de mucho del entramado de acciones árabes en la zona.
La cuestión viene de largo. Uno de los efectos más obvios y sin embargo menos atendidos de la invasión del Líbano de 2006 fue el de que abortó un ataque internacional preventivo contra las instalaciones nucleares iraníes que a comienzos del año pasado se veía como prácticamente inevitable. La ofensiva del gobierno de Ehud Olmert no fue un triunfo ni una derrota total, aunque las imágenes televisadas de localidades y campamentos destruidos detuvo lo que se parecía a una marcha hacia ninguna parte por medio de la instalación de fuerzas de interposición internacionales. ¿Media victoria, media derrota, entonces? Probablemente es a lo que Israel deba acostumbrarse en una región que no parece admitirle que para la paz se necesitan dos.
Pero el relativo fiasco de la invasión del Líbano restó el impulso para medidas de guerra preventiva contra Irán, y la línea de puntos se establece claramente cuando se ve que Hezbolá, la organización fundamentalista islámica que asoló las comunidades norteñas de Israel durante el período previo, y con una infreaestructura bien montada y enclavada en los campamentos y localidades civiles de Israel, está fananciada por Irán y también por Siria, los principales enemigos del Estado judío en Medio Oriente. Guerrilla preventiva contra guerra preventiva, entonces. Pero el panorama se complica más cuando se nota que Irán y Siria son también los principales enemigos de los amigos de Estados Unidos en el Irak norteamericanizado. Y. del mismo modo en que Israel sola no puede lanzar una ofensiva preventiva contra el Irán nuclear (porque lanzaría el revuelo y prendería el fuego fundamentalista en todo el mundo árabe) Estados Unidos no puede defender directamente a su aliado israelí en territorio libanés. En este equilibrio muy precario debe trabajar toda operación militar que se proponga cambiar, o restablecer mínimamente, el orden en la región.
Y se trata de un punto particularmente crítico si el epicentro de los acomtecimientos es el Líbano. País desangrado por una guerra civil desde 1975, soportó luego, desde 1982, su estabilización por ocupación militar vitual de facto por parte de Siria, solamente cuestionada pro una faja de seguridad en el sur a cargo de Israel. En 1999 las fuarzas israelíes abandonaron el país, ante la desintegración de la milicia a la que apoyaban. Los 40.000 soldados sirios desplegados en el valle del Bekaa, que controlaban varias de las facciones palestinas en los campos de refugiados donde operaban, iniciaron una retirada a regañadientes. Pero donde los soldados se fueron, los servicios de inteligencia permanecieron, y años después fueron señalados ampliamente como los responsables del asesinato del popular primer ministro Rafik Hariri, resistido por el prosirio presidente Emile Lahoud. Fue uno de esos momentos en que Líbano, que tenía la oportunidad de volverse en París de Medio Oriente, volvió a perder su posibilidad de serlo.
Conviene subrayar que Líbano, lejos de encarnar una guerra civil con campos más o menos definidos, opera como una panoplia de grupos violentos ampliamente ambiguos, donde las dirigencias siria (sunnita) e Irán (chiíta) se entreveran de modo confuso con las organizaciones palestinas, y donde todos convergen en el tráfico de armas, de dinero y de drogas. Algunas de las alianzas operativas más sólidas se han formado en las cárceles. Otras, en los vastísimos campos de refugiados, donde ni la policía ni el Ejército tienen libre acceso y donde las operaciones son manejadas por pequeños señores de la guerra. Lo que está pasando ahora es otro episodio más de la lucha incesante entre grupos incapaces de acordar en un aparato de Estado, y sectores extranjeros dispuestos a evitar que ello no ocurra, porque cada uno tiene su tajada que defender en el compezabezas libanés.
Después de la guerra, de las neguciaciones y del envío de las fuerzas de interposición, Hezbolá pudo rearmar rápidamente su estructura operativa, y las autocríticas empezaron a llover desde el único Estado en la región donde se permiten las críticas internas: Israel. Luego de la debacle vino otra, la de las elecciones lsgislativas norteamericanas de noviembre pasado, donde el electorado condenó sin equívocos la guerra del presidente Bush hacia Irak (e, indirectamente, su política hacia Israel) y una comisión investigadora y la nueva mayoría demócrata del Congreso empezaron a reclamar una nueva política apaciguadora hacia los mismos Estados revoltosos de la zona que antes se había combatido: Irán y Siria. Las respuestas no tardaron en llegar: Irán redobló a toda máquina su programa de enriquecimiento nuclear, y Siria hizo todo en sus manos para reforzar en Gaza la guerra de los fundamentalistas islámicos del primer ministro radicalizado Ismail Haniya contra el presidente moderado, pero impotente y débil, Mahmud Abbas. Ya había resultado dudoso que el histórico Yasser Arafat pudiera controlar la metástasis de facciones que habían surgido bajo su agonizante cuerpo político, y Hamas pudo volver a bombardear a Israel alegremente desde el oeste mientras Hezbolá lo hacía desde el norte.
¿Tiene un Estado legal, internacionalmente reconocido y legítimamente constituido el derecho a defenderse de agresiones externas y atentados internos contra víctimas civiles e inocentes? Indudablemente lo tiene, porque de otro modo estaría cometiendo abandono del deber. ¿Puede calificarse de "expansionista" un Estado que se ha retirado sucesivamente en 1978 del Sinaí, en 1991 de Jordania, en 1999 del Líbano y en los últimos años de Gaza y de la mayor parte de Cisjordania, tendiendo al mismo tiempo una valla de seguridad en torno de ellas? La sola pregunta parece un absurdo, hasta que los enemigos de enfrente de ese Estado fuerzan la conclusión de que esos retiros fueron obligados por la heroica resistencia de los palestinos, o de quien fuere. La defensa es convertida en ataque, y el ataque en defensa, porque la única forma en que estos "defensores" estarán dispuestos a considerar su "defensa" completa es cuado hayan aniquilado hasta el último metro cuadrado del Estado de Israel.
Más allá de las condenatorias conclusiones de la Comisión Winograd, que señala graves errores de procedimiento, tácticos, logísticos, de inteligencia y de coordinación en la Invasión del Líbano II (la Invasión del Líbano I había sido en 1982, y había sido conducida por Ariel Sharon) se trata de equivocaciones técnicas y políticas, insuficientes para levantar una censura universal. Pero los vecinos de la vereda de enfrente sacarán la conclusión opuesta, especialmente los iraníes, mientras ponen a punto sus centrifugadoras de uranio.
Y, cuando los iraníes hablan, hay que tomarlos en serio. Cuando el presidente Mahmud Ajmadinejad habla de "borrar a Israel del mapa", habla en serio. Y cuando habla de "un mundo sin sionismo" también habla en serio. Como también actuaban en serio los agentes iraníes que, hace ya varios años, volaron esta misma casa en la que estamos hablando.
Claudio Uriarte. Martes 25 de junio de 2007 07:38:29 p.m.

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